viernes, 7 de septiembre de 2012



Añejo sabor a vino rancio me dejo el ultimo supiro de Poe.
Dicen que Baltimore en aquellos días era un hervidero de almas perdidas, y así era.
Su malecon titineante de estibas y cabos fue mi puerto franco de arribada.

Cual corso de la mar, puse todo al pairo y me adentre en las callejuelas de la gran ciudad, tan llena de vida y sufimiento, cargada como estaba de ira y  ansiedad por hallarme en la civilización.

Fueron muchos a los que consumí en aquel tiempo no tan lejano. El cólera dijeron, ingenuos ellos como siempre, no siendo conscientes de su propias limitaciones, ya que simplemente viven en un sueño dentro de un sueño.

A él le encontré ebrio de pasión bajo la atenta mirada de un cuervo, ese mismo espectro que le atemorizaba y al mismo tiempo le fascinaba.

No me costo ni el más mínimo esfuerzo arrancarle su alma, es más devotamente se ofreció a ello.

Succione su sangre con parsimonia y deleite ardiendo de placer ambos dos.

No, ciertamente no murió en aquel instante. Lo encontraron horas después vagando bajo la lluvia fina otoñal.

Delirando nombres impronunciables, Reynols, Reynols.

Pues entonces llamadme Reynols, aunque debierais llamadme Ligeia.